Comienza su travesía;
va empujando su carrito
bajo el sol de mediodía,
repleto del postre rico.
Es una cuesta empinada,
ajena a su sacrificio,
por donde va en la jornada
de edificio en edificio.
Aunque nadie lo comprende,
alza el ruego cada día;
si muchos helados vende,
esa será su alegría.
Limpia el sudor de su frente
cuando hace una leve pausa,
justificando en su mente
lo agotador de su causa.
Aguarda con esperanza,
oír la voz de un chiquillo
que pendiente de su andanza,
pida un sabroso barquillo.
Se asoma una vieja nana
con cierto acento extranjero;
alongada en la ventana,
le grita: espere heladero…
Calla entonces la campana
de estridente melodía,
que al final de la mañana
anuncia su travesía!
Leyla Martin. 2012. (Derechos Reservados ANP)
Bonito poema que desgrana esa vida laboral de un vendedor de helados por las calles.
ResponderEliminarUn abrazo en la noche.
desde luego has sabido plasmar lo que antaño era tan popular en todos los pueblos y ciudades, me ha gustado mucho, con ese sabor del pasado que refleja... un saludo.
ResponderEliminarHermoso poema que nos refresca nuestra memoria infantil.. un abrazo!
ResponderEliminarA todos: Mil gracias por sus buenos comentarios, que me honran. Abrazo con cariño!
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