viernes, junio 24, 2011

El Viejo y la Niña, de José Hernández (con la ortografía original)

Cruza un arroyo inocente
sobre un campo de esmeralda,
y á su orilla crece un sauce
reflejándose en sus aguas.


En sus trasparentes ondas,
serenas, limpias y mansas,
varios descuidados cisnes
su blanco plumaje, bañan.

Los pintados pajarillos,
saltando de rama en rama,
enamorados y alegres,
con su dulces trinos cantan.

Y las flores caprichosas,
que crecen entre la grama,
aquel manto de verdura,
entapizan y engalanan.

Y las perfumadas brisas,
al cruzar en ténue calma,
rozan leve y suavemente,
agua, cisnes, flor y grama.

Pálido un rayo de sol,
que se quiebra entre las ramas,
va á reflejar moribundo
en las cristalinas aguas.

Del verde sauce á la sombra
un pobre viejo descansa,
pura la mirada y limpia,
serena, aunque triste el alma.

A sus trémulas rodillas
alegre una niña salta,
y sus sonrosados dedos
entre sus canas enlaza.

El las huellas de la vida
muestra en su faz arrugada,
y ella refleja en su frente
la pureza y la esperanza.

De la sien del viejo penden
escasas hebras de plata,
pues deja tan poco el mundo
que hasta deja pocas canas.

Y ella los sedosos rizos,
flotantes sobre la espalda,
por la brisa acariciados
no suelta, sino derrama.

El es la verdad del fin,
es la realidad ingrata;
y ella es la ilusión risueña
que dá vida á la esperanza.

El es el árido invierno
con su nieve y sus escarchas,
es desierto, soledad,
repulsión, tinieblas, nada.

Y en la senda de la niña,
la primavera derrama
todas sus galas floridas
con generosa abundancia.

El es la noche sombría,
ella la aurora galana,
ella viene, y el se vá
libre de congoja el alma.

Ella en su inquieta inocencia
jugueteando con sus canas
— ¿Por qué motivo, le dice,
tienes la cabeza blanca?

Fija en la niña el anciano
pura y serena mirada,
sus secos labios contrae
lijera sonrisa amarga,

— ¿No sabes, niña inocente,
no sabes niña adorada,
que la vida se parece
a la antorcha que se apaga?

Seductoras ilusiones,
nuestra juventud engañan
y al retirarse fugaces
el tinte del pelo cambian,

Vienen muchos desencantos
muere ó se vá la esperanza;
que la esperanza de ayer
es desencanto mañana.

Y solo nos deja el mundo
al terminar la jornada,
al espíritu congojas
pero no á los ojos lágrimas,

Solo deja el desengaño
y tristezas en el alma,
las arrugas en el rostro
y en la cabeza las canas!

Oyó la niña el sermón
sin entender ni palabra,
pues la vida tiene aún
arcanos que ella no alcanza.

Se fué á arrojar juguetona
piedrecillas en el agua,
los cisnes tienden el vuelo
y el viejo vuelve á su casa.
Las flores siguen creciendo,
las aguas siguen su marcha,
sigue el sauce dando sombra,
sigue el pájaro en sus ramas.

Sigue la brisa apacible
y al verde follaje arranca
esa tímida armonía
que solo percibe el alma.

Mas yo he seguido hasta aquí,
y es tiempo de decir basta,
porque las penas son mías
y soy dueño de ocultarlas.

Yo soy ese pobre viejo
lleno de arrugas y canas
y es la niña juguetona,
la lectora de esta fábula.

Guarde ella sus ilusiones,
yo mis tristezas amargas,
ella sus blondos cabellos
y yo mis escasas canas.

Que ya fugaron veloces
las ilusiones del alma;
pues ayer compré un billete
y no me he sacado nada.

Los Dos Besos de José Hernández (Lengua culta)

Volaron aquellas horas
en que la mente delira:
sin cuerdas está mi lira
y sin fuego el corazón.


Y pues que cantar no puedo
tus encantos y embelesos,
a una historia de dos besos
presta, niña, tu atención.

En los inmensos espacios
dos besos que iban errantes,
vagos, perdidos, flotantes,
se llegaron a encontrar.


Y al tocarse levemente,
yerto el uno y maldecido,
tembló el otro, como herido
por aquel roce fatal.

Y entre el éter de las nubes,
do el trueno tiene su cuna,
un tibio rayo de luna
los ilumina a los dos.


Y el silencio interrumpiendo
que en los espacios reinaba,
un genio que allí pasaba
oyó la siguiente voz:

— ¿Quién eres?
— ¿A dónde vas
     por el espacio infinito?
— Tan fresco tú.
— Tú marchito
— ¿De dónde saliste, dí?
— Yo soy ternura.

— Yo rabia.
— Yo dulzura.

— Yo dolor.
— Yo soy hijo del amor.
— Yo del odio y frenesí.
— Yo vierto un alma en otra alma
     divinizando las dos:
— Soy el hábito de Dios,
     soy inocencia y virtud.
— Y yo soy remordimiento,
     infamia, oprobrio, perfidia:
     soy maldición, soy envidia,
     y perversa ingratitud.

— Yo soy perfume suave,
     soy celestial armonía,
     soy placer, soy alegría,
     soy esperanza que brota.


— Yo soy maldición, blasfemia,
     soy rencor de furias lleno,
     soy para el alma, veneno
     que destila gota a gota.

— Yo soy pureza y esencia.
— Yo crimen y falsedad.
— Yo salvé á la humanidad.
— Yo a la humanidad perdí.
— Soy yo de origen divino.
— A mí el infierno me hizo.
— Yo nací en el Paraíso.
— Yo en Jerusalén nací.

— Yo soy virtud
— Yo maldad.
— Yo inocencia
— Yo delito.
— Yo soy deleite infinito.
— Yo soy infinito horror.

— Digámosnos, pues, quién somos,
     y así saldremos de dudas.
— Yo soy el beso de Judas.
— Yo el primer beso de Amor.

Con los Bríos del Corcel

Galopa airoso el caballo
sobre las verdes praderas
con la soberbia del rayo
y tú, estás en mis quimeras.

Sus crines locas al viento,
brilla el pelaje en sus ancas,
parece soñar despierto
mientras te llevo en el alma.

Lo ilumina el sol radiante,
él va desafiando al tiempo,
lleva en su frente un diamante
y yo en mi sangre te siento!

Leyla Martin. Agosto, 2005. (Derechos Reservados ANP)